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  • Foto del escritorMerit Mendoza

La última hoja que vi caer

Recuerdo muy bien el día que pisé por primera vez la Facultad de Estudios Superiores Acatlán. Iba camino al edificio 9, después de tener una clase en talleres y pasar, lo que yo consideraba en ese momento, un rato de pena y soledad. Mis mejillas combinaban con los tonos rojos que el amanecer presentó ese día; también estaban a la par del color de la blusa de una de mis compañeras de salón.

-¿Qué día es hoy?, pregunté. Ella, objetiva como siempre, me proporcionó la fecha que anhelaba y también los apuntes de todas las materias. -¿Es tu primer día, verdad?, asentí con temor pues, toda mi vida, hacer amigos es algo que siempre me ha costado. Con amabilidad y respeto, me mostró lo que habían visto hasta ese día; adjetivos que hoy la acompañan pues sigue formando parte de mi vida escolar y personal. Entré una semana después del inicio de clases, no conocía la sensación de ser la nueva en un ambiente escolar hasta ese momento. En el proceso de selección, el resultado había sido el rechazo. Días después me enteré que había sido aceptada para entrar a la Universidad Nacional Autónoma de México.

Antes de enterarme del comienzo de mi vida universitaria, hablaba con mi familia sobre el futuro de mi profesión. No te preocupes, Nany. Cualquier cosa que pase, aquí estaremos para apoyarte, me decían mientras acariciaban mi frente poco a poco hasta que me tranquilizara. Estoy segura, que el apoyo y las caricias estuvieron presentes los 1460 días que conformaron cada año vivido en la universidad. Sin duda alguna, mi familia es clave fundamental de esta historia y de cada una de las palabras que mi mente conecta con la razón.

También recuerdo el segundo día de mi paso por la universidad. El profesor pidió que armáramos equipos para un trabajo final. Me acerqué a la primera persona que vi, la ternura y gentileza que siempre la han caracterizado me llamó. Esa sensación que se tiene cuando una persona es de gran corazón. Quién iba a decir que ese primer encuentro formaría una amistad como la que los libros juveniles siempre describen. Llena de amor, confianza, respeto y complicidad.

Creo que cada uno de los días que recuerdo en la facultad, vienen colmados de personas que siguen siendo importantes en el desarrollo de la vida. O de momentos que marcaron la memoria universitaria. Como aquel día de marzo que todo se detuvo para presentarnos una vida totalmente distinta a la que ya conocíamos en donde creíamos que podíamos hacer y deshacer una y otra vez.

Ahora, escribo el recuento de mi paso por la universidad desde mi hogar. Con la incertidumbre que cada una de las horas del último año llenan a todas y todos de distinta forma. Me hubiera gustado haber escrito esto desde los lugares de la universidad acompañada de las personas que aún me guían en este camino; contarle a la persona que más amo todo lo que viví en la universidad, regresar el tiempo y volver a disfrutar la última hoja que vi caer dentro de la facultad.

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